sábado, 26 de febrero de 2011

Jachal

Hicimos rápidamente los 15 km. que nos separaban de Jachal, en donde cargamos combustible para nuestro vehículo pero también para nuestros cuerpos ya casi famélicos.
San Juan de la Frontera fue fundada por Juan Jufré en 1562, en el Valle del Tulúm, margen derecha del río Tucuma (hoy río San Juan). Jáchal, que significa río de las arboledas, fue administrada desde Chile y era paso entre Chile, Tucumán, Alto Perú y Córdoba, sin pasar por la ciudad de San Juan. En 1601 se levantó la Doctrina de San José, junto al río Jáchal, y la misión logró constituir el pueblo de San José de Jáchal y en 1748, un curato. El 25 de junio de 1751, Juan de Echegaray fundó la actual ciudad de San José de Jáchal, a cuarenta leguas al norte de San Juan de la Frontera. Según consta en el acta de fundación hizo convocar a todos los vecinos españoles, mestizos e indios de los pueblos de esta jurisdicción y fue obedecido y reconocido por todos por Justicia Mayor. (En Archivo Nacional de Chile, Acta de Fundación de San José de Jáchal, Sección Real Audiencia, Vol. 2907).
Visita obvia a la iglesia, nos desasnamos sobre la historia local, registramos que los rosarinos estamos en todos lados (ver placas), y posamos para nuestra historia familiar , luego nos pusimos en marcha.
En viaje, notamos como los sanjuaninos hacen caso omiso sobre las advertencias de no bañarse en las acequias,tanto personas como mascotas.
Ni intentamos seguir de largo cuando pasamos por puestos que nos seducieron con embutidos, quesillos, panecillos, tintillos, y también, claro, aceitunas, nueces y aceite de oliva.
Al pasar por el río, observamos las afamadas piedras bolas.
Presurosos, seguiamos a buen ritmo camino a San Luís y sus buenas rutas, óptimo alumbrados, limpios paseos, realidades que todo viajero reconoce.
Nuestro destino: Quebrada de las Quijadas.

sábado, 19 de febrero de 2011

La Boca de la Quebrada




Salimos del túnel con la certeza de haber encontrado el secreto paso hacia el Valle Encantado y esperábamos encontrarnos con Piecito y Petrie, o mejor aún, con los dinos del Valle de Gwangi, solo que no eramos cowboys sino viajeros en camioneta armados con cámaras digitales.
No pudimos apreciar especies exóticas pero nos encontramos con simpáticas cabras tomando sombra a la vera de un cauce casi seco, y tras atravesar el Valle de Pocholo llegamos a la Boca de la Quebrada y con ello, al embalse Los Cauquenes, a 1100 msnm.
Antes de seguir, advertimos un gran escudo trabajado sobre la ladera.
Ya sea porque el paisaje nos enloquecia, ya porque llevabamos muchas horas viajando, o quizás -y probablemente sea lo justo- los efectos de tener hambre, hicimos un concurso de panzas entre mi hermano Miguel Ángel, mi sobrino Ariel, y yo.

El Jurado, mi sobrina Noelia, todavía esta dudando de quién gano. ¡Jachal. Allí vamos!

jueves, 3 de febrero de 2011

Entre Sarmiento, Borges y Sábato

En no contadas ocasiones, mis amigos me reprochan que siempre les cuento y muestro piedras, arenas, caminos, soledades, y creo que esa es sólo una de las posibles miradas, la más parca, egoista incluso.
Cuando viajamos, vemos todo ello y mucho más, en su contexto natural. Cuando iniciabamos la aventura de contar, decíamos que una de nuestras intenciones era la de mirar desde donde pocos han mirado, y eso hacemos. El paisaje nos inicia con una paleta de colores con matices que no percibimos en los catálogos, desde balcones que no podrá ofrecernos edificio alguno. Pequeñas quebradas, hendijas, como las que conducen a Agua Hedionda, ríos que hoy se nos muestran mansos (suele ser así en febrero). Posibilidad de jugar en el paisaje, mientras ibamos hacía la Boca de la Quebrada.
De pronto, un cartel que nos pareció risueño, y otro que nos recordó al busto de Sarmiento, y allí su presencia, la escuela.
Si no hubiese sido porque acertamos en la encrucijada en donde los senderos se bifurcan, nunca hubíesemos encontrado esa boca enigmática, negra, profunda, tosca.
Un túnel a la espera de su Sábato

martes, 1 de febrero de 2011

Sanjuaninos

A pocos kms. nos despedimos de La Rioja, con temprana nostálgia, pasamos por el desvío hacia la minera mientras el Gualcamayo nos miraba dolido de tantas perforaciones/ trituraciones/ envenenamientos para muchos y oro para muy pocos.
Cruzamos algunos vados, vimos tramos de la antigua ruta por largos trechos paralela al camino que transitábamos, en tanto el paisaje tornaba a monótono cuando algo paso. La ruta 40 viraba a 90º al Este sobre el Huaco, mientras el rumbo que llevabamos ahora se llamaba ruta 49. Luego de cruzar el badén Huaco, la encrucijada. No esperabamos encontrarnos con una salida/ desvio que se nos ocurrió que era importante, ya que un policía estaba de guardia en una estación. Le preguntamos hacía adónde nos conducía el camino y si había algo importante en su recorrido. Impávido, el representante de San Juan nos dijo que tanto por la Ruta 40 como por el desvío se llegaba a Jáchal, y que el camino era más ríspido y sin nada interesante. Reunión familiar, y ... a ver lo no interesante.
Comenzamos a disfrutar algunas de las cosas que no eran de interés: geoformas con formas de silla (el sillón del Gigante), diquesito y cascaditas sobre el río Huaco, subidas y bajadas con cabritos por doquier, coloridos como los de Miranda, algunos tramos de la trepada fueron por cornisas angostas y caidas abruptas, etc.. Las sierras Huacos contagian alegría por sus coloridos verdes y bermellones (nada importante, todo hermoso).
Y allí estaba. El cartel iluminó mi rostro pero estoy seguro que a mis sobrinos les llamó la atención el que casi gritara: La Ciénaga; por lo que lógicamente tuve que explicar a continuación de qué se trataba. Pense en el policía caminero y su desconocimiento de lo que importa al turismo, o tal vez, sólo de lo poco que le importa a él.
La cuesta, los vallecitos, y a la vuelta de una curva: un mirador.
No nos extrañó encontrarnos con el Maestro Inmortal, estábamos en San Juan. Me pareció que hacía mucho sol y le ofrecí, irreverente, mi sombrero.
Sacamos fotos, estiramos las piernas, y nos brindamos un vistazo al paraíso.