domingo, 2 de enero de 2011

Guandacol

Tras salir del Parque Nacional Talampaya, pusimos rumbo a Pagancillo (unos 30 Km.) con el afan de saborear platos típicos; un bajón. Nos atendieron mal, muy mal, carísimo y desabrido. Tomamos la Ruta 40 hacia el oeste, cruzamos el río La Troya (aquel que el día anterior siguieramos en la quebrada de igual nombre, más al norte, más arriba) y pudimos observar una camioneta Toyota doble cabina totalmente retorcida, estrujada cual papel, por la fuerza del río y por un conductor que al no respetar las advertencias de los lugareños, sintió la furia de la naturaleza.
Llegamos a la renombrada Guandacol, vimos casas abandonadas, una escuela que recuerda a Vera Peñaloza, estábamos en tierras del Chacho, un establecimiento que trataba minerales y el cementerio.
Las tumbas eran de adobe, lo que marca el bajo nivel de precipitaciones, y tras oir historias de antiguos vecinos, de ancestros, y un poco de folclore local, rumbeamos para la farmacia buscando algo que calmara el dolor de cabeza de Miguel Ángel. Tras ubicar la casa de la mamá de la profesional, esperamos que la despertara de la siesta con unos mates y entonces sí, nos atendió con una gran sonrisa, e indicaciones. Habíamos intentado tomar contacto con gente de las municipalidad pero no nos había atendido nadie aunque pudimos andar por las dependencias ya que las puertas estaban abiertas (luego comprendimos que era hora de la siesta). Buscabamos el paso por donde Dávila pasó rumbo a Chile con el Ejército Auxiliar, el Comecaballos. La farmacéutica, ahora en su rol de orgullosa lugareña, nos dijo para donde poner rumbo. La meta era la Quebrada del Alazán, y no olvidó remarcarnos que teníamos que pasar por el matadero local.

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