domingo, 20 de junio de 2010

Cuesta de Miranda

Lo que se encuentra al final de una curva, siempre es un misterio. Pero la nube que nos acompañaba, casi como mensajera de viejos dioses diaguitas, nos inspiraba confianza. Nos encontramos de pronto, con un mirador de ensueño, no podíamos seguir de largo.









El valle del río Miranda era una fiesta para los sentidos. El fresco aire, un sol radiante, policromia de colores y de sensaciones en silencio, todo nos preparaba para una fiesta, la eufonía de los sentidos.












Decidimos hacer un alto para admirar aquellos profundos tajos, abruptos, como pidiendo respeto al viajero.
Pero aún en aquellos descensos tan salvajes, la Pacha Mama, la Madre Tierra, nos regalaba flores.
Nuestra nube guía nos marcaba lo que no podíamos dejar de admirar, lo que luego nos costaba dejar de mirar.
Nos preguntabamos con Miguel Ángel, si por allí habría suris. Los suri o avestruz, es una figura que se encuentra repetidamente plasmada en la cerámica santamariana. Con su figura, los vallistas simbolizaban a las nubes cargadas de agua que luego volcarían en la tierra para fecundarla. El plumaje de esta ave es de color gris, lo que les lleva a imaginar que eran semejantes a las nubes que traen la lluvia. Estas aves, al percibir que se aproximaba una tormenta, corrían de un lado a otro, moviendo sus alas, inflando sus plumas, con lo que se asemejaban a las nubes que son arrastradas de un lado a otro por los vientos, hasta que, una vez que se unen entre ellas, producen la lluvia. También en este animal se ve la cruz dibujada en el cuerpo, lo que simboliza a los cuatro vientos: del norte, sur, este y oeste, que en la creencia de estos pueblos se unían en la nube para generar la caída del agua.

Divagues que afloran por no tener palabras para describir la belleza. Todo era armonía y perfección, todo el paisaje inspiraba admiración y deleite.
¡Que hermoso viaje!

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