viernes, 12 de febrero de 2010

El Peñon

Supimos cuando había llegado la hora de partir en el momento en que mi sobrino Ariel, comenzó a imaginarse a una parina... al spiedo. Seguimos a nuestros ocacionales acompañantes hasta la apacheta, en donde el guía realizó la ceremonia de agradecimiento a la Pachamama, y allí se despidió de nosotros.
Noelia no quedó muy convencida con su despedida, ya que nos había explicado que tomaría con sus viajeros un camino diferente, porque tenía que visitar a su mujer quién estaba "veraneando". La explicación era sencilla pero"fuerte", la esposa del guía estaba cuidando los animales de la familia (cabritos y llamas), en un puesto sobre la Laguna Escondida, pasando la sierra Del Pirca, a la que llegamos tras cruzar la quebrada que la separa de la Laguna de Cavi. Esta sacrificada señora, quedaba sola en el verano, sola en una soledad apabullante, en un refugio que consistía solo en una pequeña cámara sin puerta y casi sin techo.
Nosotros continuamos nuestro andar sobre pedregales y arenales, dudamos sobre si estabamos sobre la huella correcta pero finalmente, nos apartamos de la sierra del Jote, cruzamos el río El Peñon, y trepamos a la loma en donde se encuentra el cementerio. La trepada ahora, nos parecía una broma, demasiado fácil. Claro que fanfarroneabamos un poco y con razón; Miguel Àngel, nuestro conductor, nos había traído sin tropiezo alguno tras una excursión a la que no nos hubíesemos animado nunca, si el maestro Carrizo, no hubiera exagerado un poco: "sigan la huella, el camino los lleva; es fácil" (¡Gracias Mario!).
Arribamos al pueblo ante miradas curiosas y desafiantes, de camélidos quizás molestos por la invasión territorial. Noelia comenzó a sacar fotos a toda llama que se cruzaba.








Se puso algo triste cuando comenzó a observar que en las calles, se encontraban diseminados restos de llamas, pero comprendió que allí era la base de alimentación.
Esa noche preferimos alojarnos en la Hosteria Municipal para no incomodar ni abusar de la hospitalidad de la Directora Amalia, ni a Julio, o a Mario, ni al resto de los maestros que tan bien nos habían recibido y permitido dormir en la escuela cuando arribamos (¡Que experiencia hermosa!).

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