miércoles, 19 de mayo de 2010

La Mejicana

El regreso a Chilecito estuvo cargado de comentarios sobre lo vivido, y también de un cansancio que se transformo en la lucha por la ducha. Tras reparador baño cenamos en la plaza, hermosa como todas las de las provincias visitadas, y luego un paseo que incluyó conocer desde dónde había partido el ejército auxiliar para Chile y cómo jugaban al carnaval, nos fuimos a dormir.
En toda la campaña nos habíamos propuesto salir temprano, cosa que jamás cumplimos. Tras desayunar muy bien, nos pusimos en marcha hacia la Estación 1 del cablecarril, el que culmina su recorrido en la Estación 9, ubicada a 4600 metros, en la Mina La Mejicana, sobre el Famatina. La terminal queda a unos 100 metros de la ruta 40 y puede observarse como un mecanismo tan osado era movido por la fuerza de una caldera cuyo edificio contenedor se halla en pie. Los carritos traían el mineral y transportan a los hombres en un vuelo que me hubiera encantado hacer (sin ser minero, claro). A fines de los 90 se puso en marcha el mecanismo para el turismo, te subían a un carrito y allá ibas; sin controles de seguridad, todo riesgo, toda ganancia para los operadores sin inversiones ni garantías hasta que por suerte, sin que mediara desastre previsible alguno, el negocio se desarticulo (no necesito aclarar que yo hubiera sido uno de esos estúpidos que se arriesgaban, pero no llegue a tiempo).
Imposible no recordar el relato de Don José María Rosa sobre la Río Plata Mining Association, autorizada a funcionar por decreto del 24/11/1823 firmado por Rivadavia, presidente de la compañía, y que elegido presidente, nacionaliza el cerro en 1826. La idea no le gustó tanto a F. Quiroga, de quien se dice que al ingeniero inglés que llegó por aquellos pagos para hacerse cargo del cerro del cual "rodaban pepitas de oro", lo ató desnudo y montado al revés sobre un burro, con el propósito de que así regresara por su camino.
De todos modos, la mina funcionó, la extracción de metales se realizó y las riquezas no retornaron al país y la chatarra, allí esta (cualquier semejanza con las mineras actuales, es resultado de la venalidad de nuestra sociedad)
Nos sacamos las fotos, encaramos la fantástica 40, y pusimos rumbo a la afamada Cuesta de Miranda.

sábado, 1 de mayo de 2010

Petroglifos







La sorpresa fue tan enorme como grata. Cuando analizábamos el enclave, con la posibilidad de observar la entrada a los valles en los cuatro puntos cardinales, sabíamos que podíamos encontrar algo pero en el lugar, no había señales de un pucará ni de refugio alguno. Los del lugar nos habían mencionado que había dibujos de indios por arriba, en el camino de los mineros. No sabíamos que estábamos tan cerca, y que cerca estaban del camino. Fue Ariel, mi sobrino, el primero en dar con ellas.
Nos nos quedó duda sobre la estancia allí de observadores y de viajeros, cuando encontramos piedra para molienda de sal y de granos, rotas y con pedazos faltantes. Alguno ya había depredado el lugar porque encontramos algunas rotas adrede, y el pedazo faltante no estaba. Aún no decodificamos los símbolos de las imágenes que tomamos, pero si es posible encontrar una figura de ceremonial, un personaje con una corona de plumas.
Una tormenta que comenzaba a avizorarse en los altos del Famatina, nos impuso una rápida salida del lugar. Debíamos recorrer un gran trecho por lechos de ríos, y allí el agua desborda los cursos muy rápidamente. No queríamos correr riesgo alguno. Pusimos marcha hacia Chilecito.
La jornada había sido por demás generosa. Aquellas señales en el cielo advertidas tempranamente, nos habían ungido. Poca veces estuve rodeado, inmerso, en tanta espiritualidad.